No la vi.
La imaginé,
desnuda
saliendo de la ducha.
Fresca,
con aureola
de virgen para el sacrificio;
delicada figura
oliendo a hierbas.
Sin verla, la sentí
acercarse,
llegar a mi puerta
y sin invitarla,
entrar.
Ciego de amor,
la descubrí
con mi boca,
creció su ternura,
se transformó
en flor, ave rara,
gata mimosa.
Ella era un delirio tierno,
yo un huracán ardiendo.
Dar fue el Verbo
y se dio
de adentro hacia el fuego
y yo me di
del fuego hacia adentro.
En la cima del placer
se igualaron nuestras almas.
TITO ALVARADO